domingo, 30 de septiembre de 2012

La sonrisa de un vagabundo.


Hoy vi a un vagabundo en la calle; estaba junto a un estacionamiento de autobuses. Mientras pasaban una multitud de personas él sin ninguna muestra de vergüenza  comía basura, comía lo que los demás  tiraban por sentirse llenos o simplemente por no serles de su agrado, comía con un gusto, con un placer que me hacía tener ganas de pararme junto a él y probar una de esas empanadas sin ser terminadas envueltas de una salsa verde y sumergidas en lo que parecía ser jugo de naranja.  Y yo sintiendo pena por no vestir con la última tendencia de verano, por no sentirme como los demás, con una playera hollistar, jeans y unos tenis puma. Me quedé viendo al vagabundo por unos cuantos minutos; lo envidié, traté de imaginarme por todo lo que debía de haber pasado, toda su historia, el por qué había acabado en eso, en un sin techo, en un pobre diablo, en un perdedor, en un desagraciado, en un sinfín de cosas que cualquiera le pudiera escupir en contra de su persona, pero sin embargo, él estaba ahí, disfrutando los desperdicios de los demás, ¡está comiendo basura! Y él está allí, poniéndole cara a toda la basura que lo rodea, de todo el desperdicio de ser humano que lo mira comer “basura”, que al fin y al cabo sigue siendo comida, con un mal sabor, pero al fin y al cabo  comida. Una pareja de jóvenes novios pasaron a su lado, el chico pareció decirle algo que hizo que la novia se riera, acto seguido le tira la bolsa de basura que tenía en manos y salen corriendo, con sonrisas de felicidad y satisfacción; al fin al cabo el concepto de felicidad varía en cualquier persona ¿no?  El pobre hombre sólo se quedo viéndolos marchar y sonrió amargamente, después siguió hurgando entre la basura haber que otra delicia encontraba. Esa sonrisa. Esa sonrisa me cambió el día, si yo tuviera tan siquiera una pizca de su… De su… No sabría cómo llamarle a esa forma de pensar de ese sujeto, pero algo muy cercano a eso sería madurez, ¿Pero madurez? Eso no existe realmente, tal vez ese algo, sea lo que todos proclaman; la verdadera paz interior, con una mente sin ningún remordimiento, y sin ninguna culpa. Ese hombre parecía no haberse arrepentido de nada de lo que pudo ocasionarle su desgracia, tal vez era alguien poderoso y decidió cambiarlo todo por la libertad de ser un habitante del planeta tierra, o vagabundo, como les decimos actualmente. Ese hombre, un miserable punto en esta gran mancha de almas, es un libro sin ser leído, un gran libro, donde cada renglón escupe lo reluciente y poderosa que ha de tener su mente, ese hombre ha de valer mucho y… Pero, ¿y si no es así?, y si ¿tal vez sea un maldito demente con una sonrisa tras un gran velo de perversidad? Uno nunca sabe, sólo sabré si me bajo, y leo algunos de esos renglones. 
Mi madre se encontraba muy distraída comprando las necesidades para el hogar, al parecer hoy era el día de los superdescuentos, ¡estaría loca si no aprovechara! No escuchó cuando me bajé del auto ni mucho menos me vio ir directo hacia el vagabundo. Él todavía se encontraba mordiendo la mitad de una hamburguesa, en muy malas condiciones. Me acerco a él, pero ni siquiera me voltea a ver, parecía estar perdido en su propio mundo, parecía tener mucha hambre…
-          Amigo, toma, para que te compres algo.
Le extiendo un billete de 20, el no me volteo a ver, ni siquiera dio la sonrisa que a todo el mundo parecía darle.
-          Oyes, ¿Necesitas algo? ¿Algo en que te pueda ayudar?- Digo.
-          ¿Mucho se nota mi necesidad?
Casi río por la ironía.
-          Bueno, ¿Sabes que estás comiendo basura no?
Temí que se enfadara y me diera un golpe. Sólo dejó de hurgar y me clavó una interrogativa mirada…
-          Hijo, he comido cosas peores créeme – Sonrió al decirlo.
-          Oh! disculpe, pero ¿cosas peores?, pues en ¿dónde ha estado?, bueno, si se puede preguntar.
-          Descuida, Me gustan los que preguntan, pero si no te has dado cuenta llevo puesto mi camisa militar...
-          ¿Ha estado en la guerra?
-          No, solo me gusta vestir a la moda ¡pues claro que soy militar! Bueno, lo era, y era bueno en lo que hacía, me gustaba… Pero no por servirle a nuestro país y ninguna de esas estupideces, me gustaba porque tenía la oportunidad de  mandar a otras personas y obedecer a otras, y aún así nadie te lo discriminaba pues era algo normal dentro esa costumbre. En cambio, trata de mandar a tu hermano en algo y serás visto como un aprovechado, trata de obedecer sin decir ni una palabra y serás visto como un imbécil, eso no pasa en la milicia.
No creía lo profundo que era aquel sujeto, palabras profundas de un vagabundo y sí, tenía bien puesto su camisa de militar; color verde muerto con unas cuantas insignias en su pecho izquierdo, pero eso era lo único formal que tenía, pues usaba unos pantalones rotos, color negro, manchadas de no sé qué mierdas, y unos tenis todos rotos, los dedos de su pie derecho se podían ver  por lo rotos que estaban.
-          Pero, ¿Cómo fue que acabó en esto?, digo, no es por ofenderlo, pero, ¿Por qué que se encuentra comiendo  basura?
Se rio hasta mostrar sus dientes, pero su mirada seguía hurgando mi alma, al parecer también era bueno en eso.
-          Por una decisión que tomé… Sólo hizo falta una puta decisión para que mi vida diera un giro de 180 grados.
-          Y ¿cuál fue?
-          ¿Eso importa?
-          Bueno, no sé qué decisión tomó, pero al parecer no lo llevó a ningún lado.
Él sólo me dio aquella sonrisa.
-          Hijo… Puede que me veas comer toda esta mierda… Puede que no viste a la última moda, e incluso puede que todas las personas me escupan, me ofendan, pero si viajara al pasado,  tomaría exactamente la misma decisión, porque era la única opción para vivir en paz, de tener mi conciencia limpia y de vivir sin rencores, de lo contrario, ya me hubiera arrojado a las vías de tren, eso te lo aseguro.
Me quede sin palabras. Que podía decirle a esa persona. Era obvio que era alguien bien vivido, alguien que sabía que tan perra podía ser la vida. Me le quedé viendo. Él volvió a hurgar en la basura, tranquilamente, y con una amarga sonrisa.
-          Fue un gusto conocerle señor… pero, ¿Cómo se llama?
-           ¿Eso importa?

  

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