Hoy vi a un
vagabundo en la calle; estaba junto a un estacionamiento de autobuses. Mientras
pasaban una multitud de personas él sin ninguna muestra de vergüenza comía basura, comía lo que los demás tiraban por sentirse llenos o simplemente por
no serles de su agrado, comía con un gusto, con un placer que me hacía tener
ganas de pararme junto a él y probar una de esas empanadas sin ser terminadas
envueltas de una salsa verde y sumergidas en lo que parecía ser jugo de
naranja. Y yo sintiendo pena por no vestir
con la última tendencia de verano, por no sentirme como los demás, con una
playera hollistar, jeans y unos tenis puma. Me quedé viendo al vagabundo por
unos cuantos minutos; lo envidié, traté de imaginarme por todo lo que debía de
haber pasado, toda su historia, el por qué había acabado en eso, en un sin
techo, en un pobre diablo, en un perdedor, en un desagraciado, en un sinfín de
cosas que cualquiera le pudiera escupir en contra de su persona, pero sin
embargo, él estaba ahí, disfrutando los desperdicios de los demás, ¡está
comiendo basura! Y él está allí, poniéndole cara a toda la basura que lo rodea,
de todo el desperdicio de ser humano que lo mira comer “basura”, que al fin y
al cabo sigue siendo comida, con un mal sabor, pero al fin y al cabo comida. Una pareja de jóvenes novios pasaron a
su lado, el chico pareció decirle algo que hizo que la novia se riera, acto
seguido le tira la bolsa de basura que tenía en manos y salen corriendo, con
sonrisas de felicidad y satisfacción; al fin al cabo el concepto de felicidad
varía en cualquier persona ¿no? El pobre
hombre sólo se quedo viéndolos marchar y sonrió amargamente, después siguió
hurgando entre la basura haber que otra delicia encontraba. Esa sonrisa. Esa
sonrisa me cambió el día, si yo tuviera tan siquiera una pizca de su… De su… No
sabría cómo llamarle a esa forma de pensar de ese sujeto, pero algo muy cercano
a eso sería madurez, ¿Pero madurez? Eso no existe realmente, tal vez ese algo,
sea lo que todos proclaman; la verdadera paz interior, con una mente sin ningún
remordimiento, y sin ninguna culpa. Ese hombre parecía no haberse arrepentido
de nada de lo que pudo ocasionarle su desgracia, tal vez era alguien poderoso y
decidió cambiarlo todo por la libertad de ser un habitante del planeta tierra,
o vagabundo, como les decimos actualmente. Ese hombre, un miserable punto en
esta gran mancha de almas, es un libro sin ser leído, un gran libro, donde cada
renglón escupe lo reluciente y poderosa que ha de tener su mente, ese hombre ha
de valer mucho y… Pero, ¿y si no es así?, y si ¿tal vez sea un maldito demente
con una sonrisa tras un gran velo de perversidad? Uno nunca sabe, sólo sabré si
me bajo, y leo algunos de esos renglones.
-
Amigo, toma, para que te compres algo.
Le extiendo un
billete de 20, el no me volteo a ver, ni siquiera dio la sonrisa que a todo el
mundo parecía darle.
-
Oyes, ¿Necesitas algo? ¿Algo en que te pueda
ayudar?- Digo.
-
¿Mucho se nota mi necesidad?
Casi río por la
ironía.
-
Bueno, ¿Sabes que estás comiendo basura no?
Temí que se
enfadara y me diera un golpe. Sólo dejó de hurgar y me clavó una interrogativa
mirada…
-
Hijo, he comido cosas peores créeme – Sonrió al
decirlo.
-
Oh! disculpe, pero ¿cosas peores?, pues en
¿dónde ha estado?, bueno, si se puede preguntar.
-
Descuida, Me gustan los que preguntan, pero si
no te has dado cuenta llevo puesto mi camisa militar...
-
¿Ha estado en la guerra?
-
No, solo me gusta vestir a la moda ¡pues claro
que soy militar! Bueno, lo era, y era bueno en lo que hacía, me gustaba… Pero
no por servirle a nuestro país y ninguna de esas estupideces, me gustaba porque
tenía la oportunidad de mandar a otras
personas y obedecer a otras, y aún así nadie te lo discriminaba pues era algo
normal dentro esa costumbre. En cambio, trata de mandar a tu hermano en algo y
serás visto como un aprovechado, trata de obedecer sin decir ni una palabra y
serás visto como un imbécil, eso no pasa en la milicia.
No creía lo profundo que era aquel sujeto, palabras profundas de un
vagabundo y sí, tenía bien puesto su camisa de militar; color verde muerto con
unas cuantas insignias en su pecho izquierdo, pero eso era lo único formal que
tenía, pues usaba unos pantalones rotos, color negro, manchadas de no sé qué
mierdas, y unos tenis todos rotos, los dedos de su pie derecho se podían
ver por lo rotos que estaban.
-
Pero, ¿Cómo fue que acabó en esto?, digo, no es
por ofenderlo, pero, ¿Por qué que se encuentra comiendo basura?
Se rio hasta
mostrar sus dientes, pero su mirada seguía hurgando mi alma, al parecer también
era bueno en eso.
-
Por una decisión que tomé… Sólo hizo falta una
puta decisión para que mi vida diera un giro de 180 grados.
-
Y ¿cuál fue?
-
¿Eso importa?
-
Bueno, no sé qué decisión tomó, pero al parecer
no lo llevó a ningún lado.
Él sólo me dio
aquella sonrisa.
-
Hijo… Puede que me veas comer toda esta mierda…
Puede que no viste a la última moda, e incluso puede que todas las personas me
escupan, me ofendan, pero si viajara al pasado,
tomaría exactamente la misma decisión, porque era la única opción para
vivir en paz, de tener mi conciencia limpia y de vivir sin rencores, de lo
contrario, ya me hubiera arrojado a las vías de tren, eso te lo aseguro.
Me quede sin
palabras. Que podía decirle a esa persona. Era obvio que era alguien bien
vivido, alguien que sabía que tan perra podía ser la vida. Me le quedé viendo.
Él volvió a hurgar en la basura, tranquilamente, y con una amarga sonrisa.
-
Fue un gusto conocerle señor… pero, ¿Cómo se
llama?
-
¿Eso
importa?
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